Esta carta la escribí cuando todavía me levantaba todas las mañanas para ir a la Escuela. Algo que ya no hago a día de hoy, algo que probablemente no haga en mucho tiempo. Está escrita desde las entrañas, así la quiero dejar, con todo lo que ello conlleva.
Presidenta de la Comunidad de Madrid:
Hoy me has cogido con la rodilla doblada. Y voy a infringir mis normas, aquellas que dicen que te ignore siempre.
Díselo tú. Sal de tu despacho de mierda y ven a ver las consecuencias de tu poder. Entra en un aula, sí, uno de esos sitios donde sientas cátedra desde la distancia, sin saber que ocurre ahí dentro ni cómo ocurre. Ven aquí, coge uno a uno a todos esos alumnos a los que educas, también desde la distancia, a golpe de tus instintos y haciendo de ellos La Ley y diles lo que tienen que hacer. Diles que hay buenos y malos en la vida. Que hay listos y tontos, que hay mejores y peores. Que los tiene que haber. Segrégalos y que por tu ejemplo ellos también aprendan a segregar. Diles que ninguna de las cosas que han aprendido valen de nada en el mundo que quieres construir. Vamos, adelante. Aquí los tienes. Yo te ayudaré.
Este es Daniel. Daniel Tiene TEA. Tú no tienes ni idea de lo que es eso pero te lo explicaré. Trastorno del Espectro Autista. Dile que padece de Idiocia o de Imbecilidad, como se hacía hace un siglo. Arrincónalo en una clase para niños especiales y que aprenda a conocer sus limitaciones. Dile que jamás llegará a ser nada en la vida porque es deficiente, y en tu mundo no producen beneficios económicos ni resultan rentables este tipo de niños.
Ahora diles a todos sus compañeros que olviden lo que han aprendido de él.
Dile a Lucía que nunca más le vuelva a pedir que le enseñe uno de sus dibujos, que no le acaricie la barriga mientras le dice que es el dibujo más bonito que ha visto en su vida.
Diles a los dos que no sonrían.
Dime a mí que no se me encoja el alma y me sienta el ser más insignificante de este maldito mundo cuando veo a una niña pequeña tratar así a otro niño, con esa bondad tan pura.
Dile a Javier que no juegue con él a ver quien acaba los deberes primero. Dile que, a veces, no se deje ganar para que Dani se ría y los dos acaben pinchándose con el dedo por todo el cuerpo como si fueran flanes, haciéndose cosquillas.
Dile a Marcos, el niño más macarra del cole que no me agarre del brazo con fuerza y me mire a los ojos con cara de preocupación cuando no sabe dónde está Dani. Dile que no le abrace como lo hace sin importarle que su reputación de guaperas (no hay nada como ser popular y saberlo a ciertas edades) quede en entredicho. Dile que no le calme cuando se enfada ni que le agarre de la mano sin pensarlo cuando siente que está perdido. Dile que eso en tu mundo no vale nada.
Dile a Miguel que no le hable con esa voz cuando se disgusta. La voz más pausada, cariñosa, amable y maravillosa que tendré el placer de escuchar en toda mi vida. Dile que no le acaricie la espalda con una mano mientras le ofrece un pañuelo con la otra para secarse las lágrimas.
Dile a Pedro que no vuelva a cantar nunca con él. Diles que no canten juntos.
Dile a toda la clase que no le aplauda cuando hace la letra bonita, o cuando viene su abuela a visitarle y se pasa la semana nervioso.
Dile a María que no le pregunte cuando va a ver a los caballos.
Dime a mí que olvide todo. Dime que ya no podré seguir aprendiendo a ser persona con todos estos niños. Dime que no volveré a ver tanta generosidad, tanto amor y cariño espontáneo. Dime que no podré sonreír al ver su cara despistada todas las mañanas. Dime que no podré pensar más que estoy ayudando a hacer de este mundo un lugar mejor cuando me doy cuenta de la naturalidad con la que se tratan unos a otros sin importarles su condición. Dime todo esto y más.
¿Qué es mejor? ¿Decides tú quién es mejor que quién? ¿Qué criterio usas? Me imagino que pensarás en términos de productividad y niños económicamente rentables, que pensarás en que los que triunfan en la vida son aquellos que tienen más cosas materiales, los que amasan más fortuna, poder y fama. Me imagino que querrás que tus “mejores” dominen el mundo en su beneficio y miren con asco y condescendencia a la estirpe de obreros analfabetos que conformarán tu otra parte de la balanza. Me imagino que los únicos valores que conoces, esos deformes y abominables valores que tienes, son los únicos que has conocido en tu vida, y por ello te crees con la gracia de Dios y el beneplácito de tu amada EspaÑa, con Ñ mayúscula, como para hacer de ellos la Ley por la que nos rijamos todos. Veo a través de ti. No puedes engañarme.
¿Qué mundo estás creando, necia? No paro de pensarlo. Muevo la cabeza y cierro los ojos.
Qué mundo creas… maldita imbécil. Siegas la vida y la Esperanza allá por donde pasas.
Ahora te diré yo algo. Este es mi momento de flaqueza, mi desarme ante el mundo. Hoy, y diré solo hoy, voy a permitirme odiarte.
Te odio. Te odio con todas mis fuerzas.
Mañana será otro día.