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Carta de un maestro

Esta carta la escribí cuando todavía me levantaba todas las mañanas para ir a la Escuela. Algo que ya no hago a día de hoy, algo que probablemente no haga en mucho tiempo. Está escrita desde las entrañas, así la quiero dejar, con todo lo que ello conlleva.

Presidenta de la Comunidad de Madrid:

Hoy me has cogido con la rodilla doblada. Y voy a infringir mis normas, aquellas que dicen que te ignore siempre.

 

Díselo tú. Sal de tu despacho de mierda y ven a ver las consecuencias de tu poder. Entra en un aula, sí, uno de esos sitios donde sientas cátedra desde la distancia, sin saber que ocurre ahí dentro ni cómo ocurre. Ven aquí, coge uno a uno a todos esos alumnos a los que educas, también desde la distancia, a golpe de tus instintos y haciendo de ellos La Ley y diles lo que tienen que hacer. Diles que hay buenos y malos en la vida. Que hay listos y tontos, que hay mejores y peores. Que los tiene que haber. Segrégalos y que por tu ejemplo ellos también aprendan a segregar. Diles que ninguna de las cosas que han aprendido valen de nada en el mundo que quieres construir. Vamos, adelante. Aquí los tienes. Yo te ayudaré.

 

Este es Daniel. Daniel Tiene TEA. Tú no tienes ni idea de lo que es eso pero te lo explicaré. Trastorno del Espectro Autista. Dile que padece de Idiocia o de Imbecilidad, como se hacía hace un siglo. Arrincónalo en una clase para niños especiales y que aprenda a conocer sus limitaciones. Dile que jamás llegará a ser nada en la vida porque es deficiente, y en tu mundo no producen beneficios económicos ni resultan rentables este tipo de niños.

 

Ahora diles a todos sus compañeros que olviden lo que han aprendido de él.

 

Dile a Lucía que nunca más le vuelva a pedir que le enseñe uno de sus dibujos, que no le acaricie la barriga mientras le dice que es el dibujo más bonito que ha visto en su vida.

Diles a los dos que no sonrían.

Dime a mí que no se me encoja el alma y me sienta el ser más insignificante de este maldito mundo cuando veo a una niña pequeña tratar así a otro niño, con esa bondad tan pura.

 

Dile a Javier que no juegue con él a ver quien acaba los deberes primero. Dile que, a veces, no se deje ganar para que Dani se ría y los dos acaben pinchándose con el dedo por todo el cuerpo como si fueran flanes, haciéndose cosquillas.

 

Dile a Marcos, el niño más macarra del cole que no me agarre del brazo con fuerza y me mire a los ojos con cara de preocupación cuando no sabe dónde está Dani. Dile que no le abrace como lo hace sin importarle que su reputación de guaperas (no hay nada como ser popular y saberlo a ciertas edades) quede en entredicho. Dile que no le calme cuando se enfada ni que le agarre de la mano sin pensarlo cuando siente que está perdido.  Dile que eso en tu mundo no vale nada.

 

Dile a Miguel que no le hable con esa voz cuando se disgusta. La voz más pausada, cariñosa, amable y maravillosa que tendré el placer de escuchar en toda mi vida. Dile que no le acaricie la espalda con una mano mientras le ofrece un pañuelo con la otra para secarse las lágrimas.

 

Dile a Pedro que no vuelva  a cantar nunca con él. Diles que no canten juntos.

 

Dile a toda la clase que no le aplauda cuando hace la letra bonita, o cuando viene su abuela a visitarle y se pasa la semana nervioso.

 

Dile a María que no le pregunte cuando va a ver a los caballos.

 

Dime a mí que olvide todo. Dime que ya no podré seguir aprendiendo a ser persona con todos estos niños.  Dime que no volveré a ver tanta generosidad, tanto amor y cariño espontáneo. Dime que no podré sonreír al ver su cara despistada todas las mañanas. Dime que no podré pensar más que estoy ayudando a hacer de este mundo un lugar mejor cuando me doy cuenta de la naturalidad con la que se tratan unos a otros sin importarles su condición. Dime todo esto y más.

 

¿Qué es mejor? ¿Decides tú quién es mejor que quién? ¿Qué criterio usas? Me imagino que pensarás en términos de productividad y niños económicamente rentables, que pensarás en que los que triunfan en la vida son aquellos que tienen más cosas materiales, los que amasan más fortuna, poder y fama. Me imagino que querrás que tus “mejores” dominen el mundo en su beneficio y miren con asco y condescendencia a la estirpe de obreros analfabetos que conformarán tu otra parte de la balanza. Me imagino que los únicos valores que conoces, esos deformes y abominables valores que tienes, son los únicos que has conocido en tu vida, y por ello te crees con la gracia de Dios y el beneplácito de tu amada EspaÑa, con Ñ mayúscula, como  para hacer de ellos la Ley por la que nos rijamos todos. Veo a través de ti. No puedes engañarme.

 

¿Qué mundo estás creando, necia? No paro de pensarlo. Muevo la cabeza y cierro los ojos.

Qué mundo creas…  maldita imbécil. Siegas la vida y la Esperanza allá por donde pasas.

 

Ahora te diré yo algo. Este es mi momento de flaqueza, mi desarme ante el mundo. Hoy, y diré solo hoy, voy a permitirme odiarte.

 

Te odio. Te odio con todas mis fuerzas.

Mañana será otro día.

 

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El mito de la enfermedad mental (1970) de Thomas Szasz

[…] Así, las enfermedades mentales se consideran básicamente similares a otras enfermedades. La única diferencia […] entre una enfermedad mental y otra orgánica es que la primera, al afectar al cerebro, se manifiesta por medio de síntomas mentales, en tanto que la segunda, al afectar a otros sistemas orgánicos –p.ej., la piel, el hígado, etc.-, se manifiesta por medio de síntomas que pueden ser referidos a dichas partes del cuerpo.

 

A mi juicio, esta concepción se basa en dos errores fundamentales.
En primer lugar, una enfermedad cerebral, análoga a una enfermedad de la piel o de los huesos, es un defecto neurológico, no un problema de la vida. Por ejemplo, es posible explicar un defecto en el campo visual de un individuo relacionándolo con ciertas lesiones en el sistema nervioso. En cambio, una creencia del individuo, ya se trate de su creencia en el cristianismo o en el comunismo, o de la idea de que sus órganos internos se están pudriendo y que su cuerpo ya está muerto, no puede explicarse por un defecto o enfermedad del sistema nervioso. La explicación de este tipo de fenómenos debe buscarse por otras vías.

 

El segundo error es epistemológico. Consiste en interpretar las comunicaciones referenciales a nosotros mismos y al mundo que nos rodea como síntomas de funcionamiento neurológico. No se trata aquí de un error de observación o de razonamiento, sino de organización y expresión del conocimiento. En el presente caso, el error radica en establecer un dualismo entre los síntomas físicos y mentales, dualismo que es un hábito lingüístico y no el resultado de observaciones empíricas. Veamos si esto es así.

 

Soy Napoleón y me persiguen los comunistas.

En la práctica médica, cuando hablamos de trastornos orgánicos nos estamos refiriendo ya sea a signos (fiebre) o a síntomas (dolor). En cambio, cuando hablamos de síntomas psíquicos nos estamos refiriendo a comunicaciones del paciente acerca de sí mismo, de los demás y del mundo que lo rodea. El paciente puede asegurar que es Napoleón o que lo persiguen los comunistas; estas afirmaciones sólo se considerarán síntomas psíquicos si el observador cree que el paciente no es Napoleón o que no lo persiguen los comunistas. Se torna así evidente que la proposición “X es un síntoma psíquico” implica formular un juicio que entraña una comparación tácita entre las ideas, conceptos o creencias del paciente y las del observador y la sociedad en la cual viven ambos. La noción de síntoma psíquico está, pues, indisolublemente ligada al contexto social, y particularmente al contexto ético, en el que se la formula, así como la noción de síntoma orgánico está ligada a un contexto anatómico y genético.

 

Resumiendo: para quienes consideran los síntomas psíquicos como signos de enfermedad cerebral, el concepto de enfermedad mental es innecesario y equívoco. Si lo que quieren decir es que las personas rotuladas “enfermos mentales” sufren alguna enfermedad cerebral, sería preferible, en bien de la claridad, que dijeran eso y nada más.

 

La noción de enfermedad mental es la auténtica heredera de los mitos religiosos en general, y de las creencias en las brujas en particular. La función de estos sistemas de creencias fue actuar como tranquilizantes sociales, alentando la esperanza de adquirir dominio sobre ciertos problemas mediante operaciones mágico-simbólicas sustitutivas. El concepto de enfermedad mental sirve, pues, principalmente para oculta el hecho diario de que la vida es, para la mayoría de la gente, una lucha continua, no por la supervivencia biológica, sino por algún otro sentido o valor. Una vez que el hombre ha satisfecho la necesidad de conservación de su cuerpo, y quizá de su especie, se enfrenta al problema de la significación personal: ¿Qué hará de sí mismo? ¿Para qué vive? La adhesión permanente al mito de la enfermedad mental le permite a la gente evitar enfrentarse con este problema, en la certeza de que la salud mental, concebida como la ausencia de enfermedad mental, les asegura que harán automáticamente elecciones correctas y seguras en la vida. Ahora bien, ocurre exactamente al revés: ¡son las elecciones sensatas que una persona ha hecho en su vida lo que la gente considera, retrospectivamente, como prueba de su buen salud mental!

 

Cuando afirmo que la enfermedad mental es un mito, no estoy diciendo que no existan la infelicidad personal ni la conducta socialmente desviada; lo que digo es que las categorizamos como enfermedades por nuestra propia cuenta y riesgo.

La expresión «enfermedad mental» es una metáfora que equivocadamente hemos llegado a considerar un hecho real. Decimos que una persona está físicamente enferma cuando el funcionamiento de su organismo viola ciertas normas anatómicas y fisiológicas; análogamente, decimos que está mentalmente enferma cuando su conducta viola ciertas normas éticas, políticas y sociales. Esto explica por qué a tantas figuras históricas, desde Jesús hasta Castro y desde Job hasta Hitler, se les diagnosticó haber sufrido tal o cual enfermedad psiquiátrica. 

Por último, el mito de la enfermedad mental fomenta nuestra creencia en su corolario lógico: que la interacción social sería armoniosa y gratificante y serviría de base firme para una buena vida si no fuera por la influencia disruptiva de la enfermedad mental, o de la psicopatología.
Sin embargo, la felicidad humana universal, al menos en esta forma, no es sino una expresión más de deseos fantasiosos. Creo en la posibilidad de la felicidad o bienestar humanos, no sólo para una selecta minoría, sino en una escala hasta ahora inimaginable; pero esto sólo se podrá lograr si muchos hombres, y no un puñado únicamente, son capaces de hacer frente con franqueza a sus conflictos éticos, personales y sociales y están dispuestos a salirles valientemente al paso. Esto implica tener el coraje y la integridad necesarios para dejar de librar batallas en falsos frentes y encontrar soluciones para problemas vicarios- p.ej. luchar contra la acidez estomacal y la fatiga crónica en vez de enfrentar un conflicto conyugal-.

Nuestros adversarios no son demonios, brujas, el destino o la enfermedad mental. No tenemos ningún enemigo contra el cual combatir mediante la «cura» o al cual podamos exorcizar o disipar por esta vía.
Lo que tenemos son problemas de la vida, ya sean biológicos, económicos, políticos o psicosociales. […] Mi argumentación se ha restringido a proponer que la enfermedad mental es un mito cuya función consiste en disfrazar y volver más asimilable la amarga píldora de los conflictos morales en las relaciones humanas.»

 

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El Carpincho de esta jungla…

Es de otro planeta! Así es, se lo merece. Nuestra ilustradora particular y a la que El Búho adora, se gana una entrada para ella sola!

Qué opináis, animalillos?

El Búho tiene nueva imagen, más ajustada a su personalidad, claro!

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Prejuicios everywhere

Veo que me ha sucedido lo mismo
que ocurre a los manuscritos
pegados en sus rollos
tras largo tiempo de olvido:
hay que desenrollar la memoria
y de vez en cuando
sacudir todo lo que allí
se halla almacenado

SÉNECA

Mi querida fauna de esta jungla que llamamos mundo, no penséis que os he abandonado, ni tampoco que esto de la Huelga lo llevo tan a fondo que traspaso las fronteras del día fijado para la protesta y me tomo la semana libre. Ni mucho menos, sigo trabajando, y mucho. Así que por eso no me he podido ocupar de contaros una historia que os pueda (y así lo espero) entretener e incluso hacer recapacitar. Hoy, como bien me advierte Séneca, debo desenrollar la memoria y sacudirla, y así empezaré por compartir lo más reciente.

 

Este fin de semana, cerveza en mano (esa costumbre que aquí en la jungla tenemos a buen mantener) y charlando con una amiga, volví a escuchar la famosa falacia del “poder corrompe”, una de esos múltiples estereotipos que aceptamos como shortcut hacia nuestra creencias.

 

P de Prejuicio

La conversación entonces giró a su situación profesional. Ella, ingeniera de caminos, me confesaba su intención de abandonar el país para ganarse la vida “de lo que sea antes que dar riqueza a este Gobierno”.  Los jóvenes nos sentimos traicionados, engañados y condenados al ostracismo, es bastante comprensible la sensación de ira, de rechazo hacia quienes dirigen nuestras vidas con sus políticas.

 

Lo más curioso vino luego, cuando, y sin yo decir “esta boca es mía”, en un intento por convencerme sobre las bondades de su dedicación profesional dijo: “yo ya sé que la gente nos ve a los ingenieros de caminos como esos que van expropiando por cuatro perras, aprovechándose y haciendo destrozos, pero no es cierto, no todos somos así”.

 

Es curioso como a veces, sin darnos cuenta, incurrimos en contradicciones por utilizar esos atajos cognitivos, por no repensar.

 

-Hace un rato me decías que el poder corrompe, en relación a la imposibilidad de gobernar este país sin caer en actividades deshonestas. El ya manido tópico de que “todos los políticos son iguales, y si no lo son, lo serán cuando lleguen al poder”. Imagínate que entro en tu facultad, me encuentro con dos estudiantes de los que me llevo una impresión terrible, exactamente la que tú has comentado, al salir me encuentro con un amigo que me pregunta por mi visita. ¿Qué tal la gente de caminos?-dice. Son todos unos gilipollas– respondo yo.

 

El otro día hablábamos sobre la falacia de la generalización apresurada.  En esta pequeña historia también subyace una falacia aceptada por la sociedad y que, a base de ser repetida por los medios de comunicación justifica e incluso humaniza a los corruptos que ostentan poder.

 

Cuando alguien dice que el poder corrompe, lo aceptamos como un hecho científico tan cierto como que la Tierra gira alrededor del Sol. Es inevitable, es normal, es natural. Así que aprendemos a tolerar, a aceptar las corruptelas de este país como situaciones intrínsecas a la realidad política. No lucho, no busco alternativas, simplemente reniego del poder porque es una herramienta manchada e indigna, o en todo caso, acepto el juego y reconozco (muchas veces habréis escuchado esto), que “yo también intentaría sacar tajada”.

 

Otorgar más voluntad a un concepto que a una persona es, como mínimo, curioso y cuestionable. Probablemente el arma blanca con el que más homicidios se hayan perpetrado sea el cuchillo. A nadie se le ocurre aceptar que el cuchillo es malo y que a partir de ahora debemos olvidarnos de él y buscar nuevas formas de cortar los alimentos, o peor aún, convivir con la maldad intrínseca del cuchillo.

Esto que a simple vista puede resultar un ejemplo demagógico no creo que lo sea en absoluto.

La gente sigue votando a dirigentes corruptos. “Es que es el poder…”, dirán, pobrecitos.  Y Camps, Fabra, Millet y toda la Trama Pokemon asentirán diciendo: “Si es que es el poder… pobrecitos nosotros!”

 

Como de este tema ya hemos hablado en otras entradas, me gustaría daros alguna herramienta más para seguir construyendo y repensando aquellas cosas que damos por hechas.

 

Buceando en la memoria recordé el Estudio Psicosocial del Prejuicio, que apoyándose en las definiciones clásicas de Allport y Ashmore (entre otros) coinciden en que un prejuicio:

–           Se trata de un juicio que implica una evaluación cargada afectiva y negativamente

–          En el que el objeto actitudinal son uno o varios exogrupos y sus miembros

–          Es un fenómeno relativamente estable y duradero en el tiempo y,

–          La actitud prejuiciosa, una vez formada, influirá, mediará y guiará el comportamiento del individuo hacia los miembros de los exogrupos.

 

¿Cuántas veces somos prejuiciosos sin darnos cuenta?

 

 

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La Tormenta de Animales en Huelga 14N

Como no podía ser de otra manera, en la jungla detenemos nuestras actividades cotidianas y también nos plantamos de cara al 14N. Hoy El Carpincho anuncia la Huelga.

It’s evolution baby!

El eje HPA

La necesidad de una infancia sana

Sabías que… algunos estudios muestran que el hecho de haber sufrido durante la infancia experiencias nocivas (maltrato, abuso, abandono…) altera la funcionalidad del eje HPA (hipotálamo-hipofiso-adrenal, red bioquímica clave en la regulación de las reacciones de enfrentamiento-huida y de la respuesta al estrés), determinando en el adulto una excesiva reactividad en situaciones de estrés y predisponiéndolo a la depresión.

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Inevitablemente influenciados

Hay palabras que están irremediablemente condenadas. Nuestro cerebro ha aprendido a asociarlas por repetición a una serie de contextos concretos, por eso ahora nos resulta complicado flexibilizarlas, abrir nuevos contextos y en definitiva, repensarlas.

 

Si te digo las palabras “intolerante” e “irrespetuoso” probablemente tu mente encuadre estos dos conceptos a un contexto negativo, ¿no es cierto? Pero voy a presuponer que eres “intolerante” con cualquier forma de discriminación e “irrespetuoso” con el fascismo, el machismo, la xenofobia, el racismo y el maltrato por poner un puñado de ejemplos.

 

Y ahora repiensa esas palabras, ¿cuántas veces has escuchado en una conversación que “tienes que ser respetuoso o tolerante” con las opiniones ajenas aún sin haber escuchado absolutamente nada? Pues muchas veces, probablemente. ¿Ha estado jugando tu cerebro con su propia predisposición a no querer ser asociado a conceptos supuestamente negativos? Pues probablemente, también.

 

Y es que los humanos somos así, a veces, tomamos atajos por pura supervivencia y la rutina hace el resto, solo cuando repensamos aquellas cosas que damos por hechas es cuando realmente construimos nuestra propia conciencia, nuestro propio esquema mental del mundo.

 

Algo parecido pasa con la palabra “influencia”, si digo que eres “influenciable” es negativo, se presupone poca capacidad crítica, pero si digo que yo tengo “mucha influencia”, puedo ser perverso y también poderoso, que no necesariamente son características unidas peyorativamente.

 

Obama y Twitter. La herramienta de influencia para el hombre más influyente

A lo que voy es a que la influencia social es un aspecto esencial en el desarrollo de los individuos, ¿cómo si no podríamos convencer a nuestros hijos para que no beban y conduzcan, o a toda la sociedad para que reconozca que el matrimonio homosexual es constitucional? Influenciando, por supuesto, no coercitivamente.

 

Hoy nos vamos a centrar en tácticas no demasiado “limpias”, así que os dejaré como deberes construir vosotros mismos las estrategias que tomaríais para influenciar a una persona dejándole el espacio apropiado. Es difícil, pero sobre todo es un juicio moral determinar cuáles son las barreras de la influencia que no se deben traspasar, así que no voy a entrar en terrenos más farragosos.

 

Si hablamos de influencia social inevitablemente aparece la figura de Roberto Cialdini, uno de sus grandes méritos consiste en sistematizar las tácticas que observaba en los profesionales que son especialmente hábiles en procesos de influencia (publicistas, políticos, vendedores, etc.), en relación a 6 principios psicológicos:

El profesor de psicología Roberto Cialdini

 

1.       Compromiso/coherencia

2.       Reciprocidad

3.       Validación social

4.       Escasez

5.       Simpatía

6.       Autoridad

 

Estos 6 principios tienen en común las siguientes características:

–          Son útiles en la mayoría de situaciones

–          Son muy valorados socialmente

–          Se aprenden desde la infancia

–          Sirven como heurístico o atajo cognitivo para interpretar una situación social y actuar rápidamente

–          Suelen ser utilizados con mucha frecuencia y en contextos muy diferentes para convencer

 

Puede que ahora estéis un poco perdidos, ¿qué significan esos 6 principios psicológicos?, ¿a qué me refiero con esas características definitorias de los 6 principios? A riesgo de extenderme demasiado intentaré poner solo un ejemplo de cada una de las tácticas más comúnmente utilizadas  a la hora de intentar influenciar socialmente.

 

1.       Compromiso/coherencia. La táctica del pie en la puerta (“Foot-in-the-door-technique)

 

La primer comprobación empírica del funcionamiento de esta táctica la realizaron Freedman y Fraser (1966) en una serie de experimentos que consistían en algo tan sencillo como pedir a un grupo de vecinos de un lujoso barrio que consintieran en colocar una pegatina de ocho centímetros en la puerta de su chalet, en la que se recomendaba prudencia en la conducción.

Más tarde, el 76% de este grupo experimental accedieron a colocar un gran cartel en su fachada sobre el mismo tema, mientras que solo el 16% del grupo al que previamente no se le pidió nada aceptó colocar el gran cartel.

 

Los resultados obtenidos se explican porque la persona, cuando realiza el primer comportamiento, se ve a sí misma como alguien preocupado por la seguridad vial y que realiza conductas coherentes con esa actitud (Burger, 1999, Burger y Guadagno, 2003).

 

2.       Reciprocidad. Táctica del portazo en la cara (“Door-in-the-face” technique)

 

Cialdini y sus colaboradores solicitaron a un grupo de estudiantes que acompañaran el domingo al zoológico a un grupo de delincuentes juveniles. El 83% se negó. A otro grupo se le hizo la misma propuesta pero precedida de una petición mucho más costosa: actuar como consejeros de un grupo de delincuentes juveniles dos horas a la semana durante dos años. En este segundo grupo, a la primera petición se negaron todos, pero aceptaron el triple de personas a ir al zoológico que en el grupo anterior.

 

Al pasar de la petición de un gran favor a uno bastante menor, además de influir la reciprocidad, influye el contraste receptivo, ya que se pasa de una situación determinada a otra que parece más favorable.

 

Os suena algo así como:

–          Os vamos a bajar el sueldo un 30%.

–          Estás loco? NO!!

–          Está bien, solo un 5%.

–          Vale, eso es otra cosa…

 

3.       Validación social. Lo que hace la mayoría

 

“Compre el coche más vendido” y “escuche el programa de mayor audiencia”, “lea el bestseller del año” y “tenga un trabajo digno y bien remunerado”. Ah no, eso último no encaja.

De todas formas, ojalá el Efecto Bandwagon fuese en esa dirección.

 

4.       Escasez. Heurístico de “ahora o nunca”

 

Se produce cuando la posibilidad de adquisición de un producto se limita en el tiempo, o por ejemplo, cuando se ofrecen ventajas en la compra para las 50 primeras personas que soliciten un producto telefónicamente. La decisión no se puede posponer, suscitándose así el mecanismo de no dejar pasar la oportunidad.

 

(Se de alguien que se muere de la vergüenza cada vez que recuerda la de artículos que ha comprado sin necesidad alguna, gracias a esta táctica de influencia basada en la escasez)

 

5.       Simpatía. El “efecto halo” y el atractivo físico.

 

Dice Cialdini que “se es más proclive a acceder a peticiones de amigos y de personas que nos resultan más agradables”. A la hora de pensar en el atractivo físico, lo más recurrente es su utilización en publicidad y marketing.  Para comprobar que el “efecto halo” solo tenemos que encender la televisión y ver los anuncios de productos cotidianos protagonizados por atractivos y famosos personajes populares. Se suele asignar el atractivo físico a otras cualidades positivas como honradez, amabilidad o inteligencia, lo que consigue que aumenten sus posibilidades de influencia.

 

6.       Autoridad

 

Stanley Milgram

Quizás el experimento más llamativo fue el llevado a cabo por Stanley Milgram en los años 60. Los participantes de sus investigaciones eran personas normales, ni sádicos ni psicópatas, que acudían al laboratorio a cambio de recibir algún dinero por formar parte de un estudio que suponían versaba sobre memoria y aprendizaje. A instancias del experimentador, esas personas fueron capaces de ir aumentando en intensidad una serie de descargas eléctricas que creían que realmente infligían a un individuo (cómplice del experimentador que simulaba síntomas de dolor) hasta llegar a aplicar descargas muy nocivas (Milgram, 1974.)

 

Esas personas actuaron bajo la presión social que ejerce sentirse obligados a obedecer a una autoridad, desentendiéndose de la responsabilidad de sus actos. La influencia basada en la autoridad es eficaz debido a que desde pequeños se nos inculca que obedecer a la autoridad es una conducta “correcta”. Milgram intentó buscar una explicación psicosocial de hechos en los que se obedecía ciegamente a la autoridad, incluso en contra de valores personales y a pesar de repercusiones terribles.

 

Ahora que tenemos más que una perspectiva general de las tácticas de influencia social, estoy convencido de que se os ocurren múltiples y diversos ejemplos que habéis vivido personalmente. La próxima vez que una amable azafata os ofrezca probar un trozo de queso en el supermercado, pensadlo dos veces. ¿Qué táctica está utilizando para influenciarme?

 

 

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Familiarizarse con el dolor

El impacto del 9/11 es mayor que muchas guerras

Sabías que… las contingencias poco previsibles y sobre las que tenemos muy bajo o nulo nivel de control (un atentado terrorista por ejemplo), generan indefensión. La falta de familiarización con tales eventos nos provocan sentimientos de ira más intensos que las situaciones más estables (una guerra).
Esto explica porque, generalmente, sentimos más ira y rechazo al impacto de un atentado que al de una guerra prolongada, aún a pesar de que el número de bajas humanas y el grado de terror sea mayor en la segunda.

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Sobre el peligro de tomar atajos

-Y va el tío y le dice que la paciente no colabora y que no vuelva más! No te jode… Si la paciente colaborase ya no estaría aquí!

-Bueno, y qué me decís de Menganita, que fue a uno que la destrozó. Vaya depresión cogió por hurgar en cosas del pasado…

Así transcurre una conversación en un restaurante. Yo en la mesa.

-Para mí los psicólogos son los brujos del S.XXI.

No me enfado. No tengo porque enfadarme. Esto es una realidad social, si lo dicen es porque lo piensan y evidentemente sus motivos tendrán. Qué digo! Los tienen y me lo están recitando uno a uno, y curiosamente están haciendo psicología al generalizar apresuradamente.

Nunca fui consciente de ninguna otra opción más que cuestionarlo todo

En lógica, la generalización apresurada, muestra sesgada o Secundum quid, es una falacia que se comete al inferir una conclusión general a partir de una prueba insuficiente.

Sin duda alguna tenemos gran parte de culpa por haber permitido que esto ocurra. Por permitir que los charlatanes, los pésimos profesionales y los estafadores copen nuestra profesión y con sus prácticas no solo traigan la mala fama, que es lo de menos, sino que vayan dejando un reguero de pacientes peor de lo que estaban. Lo grave para el colectivo de psicólogos es que el estereotipo de profesiones nos perjudica a nosotros especialmente por la extrema complejidad de nuestra labor. Igual de valida es esta reflexión para los maestros, los políticos, los funcionarios y los periodistas, todos en entredicho por la sociedad.

Curiosamente, cuando un médico no encuentra las causas de nuestra dolencia no pasamos automáticamente a difamar la profesión de médico y con ella a todo aquel que practique la medicina, pero todo el mundo sabe que “todos los políticos son unos chorizos”, “todos los maestros unos vagos”, “todos los funcionarios unos caraduras” y “todos los periodistas unos vendidos manipuladores”. Muerto el perro se acabó la rabia… y los perros también se acabaron claro, ups!

Un ejemplo de otra falacia conocida nos lo encontramos en los terribles sucesos del 1 de Noviembre en el Madrid Arena.

«Ningún evento ni concierto de estas características volverá a tener lugar en edificios y espacios públicos que dependan del Ayuntamiento de Madrid»

Así de clara y rotunda ha sido Ana Botella, quien se atreve a insinuar que correlación es causa, demostrando una vez más que, o bien es una inútil que no ha leído un libro en su vida o es una oportunista sin escrúpulos que aprovecha una tragedia para continuar las políticas prohibicionistas de los populares. Me decanto por lo segundo.

Maravilloso gráfico que muestra la correlación entre el calentamiento global y la desaparición progresiva de los piratas. Algo hay!

Volviendo al origen, a esa conversación en el restaurante, recordé las 10 estrategias de manipulación mediática de Noam Chomsky. No viene mal tenerlas en mente, una vez más. Mientras nosotros nos mantenemos ocupados culpándonos de las desgracias de esta crisis, caldo de cultivo perfecto para el racismo, la xenofobia y el proselitismo, los poderes fácticos siguen haciendo caja, amasando fortuna y más poder.

 

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Kurioso

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Ojocontuojo

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Con sentido (y) crítico

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